sábado, 5 de marzo de 2011

De copas con la muerte


Querida V:

Me enteré que habías muerto con las lágrimas de mi hermana en sus ojos aún dolidos, como con el tiempo parado y esperando la palabra que en la punta de la lengua yacía, inmóvil, quizás asustada, quizás si al saltar sorprende y, mejor me callo y no estropeo el hipnotismo de las horas bajas.


Y yo pensar que la muerte no me preocupaba, que la muerte era un escalón emotivo superado. Yo no debía llorar y no lloré. Yo no debía entristecerme y así lo hice. Pero en el estómago se me formó uno de esos nudos que te dejan como en turbulenta y silenciosa calma. No podía respirar, no podía pensar. ¿Cúanto tiempo había pasado? ¿6 años? quizás más o quizás menos, en lo relativo al tiempo nunca me tomes por cuerdo.


Y pasado el tiempo, ya borradas viejas tardes contigo, como que ya no pensaba tanto en ti y eras como un espejismo cicatrizado. También entiendo que el tiempo ha jugado el doble papel de olvido, y he olvidado. Pero pasado el tiempo lo único que recuerdo es que no te he olvidado lo suficiente como para que tu muerte no me cause un nudo de silencio y me impida articular las piernas para salir corriendo hacia cualquier desierto.


Siento mucho no poder dedicarte algo más profundo, algo quizás majestuoso, algo que, a fin de cuentas, devuelva de tu ausencia un poco de alegría, quizás alguna vieja y rota tarde juntos, hace ya muchos años, cuando éramos sinceros y nos corroía la risa por la saliva y aún nos quedaba mucha vida por delante, por detrás, por los lados.


Desde este punto infinito del universo, dicen incluso que en expansión, te envio uno de esos besos incompletos.



Buenas noches y buen viaje, siento mucho que hayas tenido que irte de copas...


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