domingo, 30 de octubre de 2011

Vagabond


Como se mecen las olas en el mar, las flores con el viento; tu recuerdo en mi mente viene y va. En mi corazón, tan honda y ficticia, la idea de un utópico amor que alcanzamos juntos, con besos inventados, abrazos de juguete, miradas de plastidecor. Suena siempre, tan honda y ficticia, la promesa de un amor que no tendremos. Bajo el suave vaivén de la melodía de un piano desolado, bailo contigo y sin ti. Contigo dentro y sin ti. Tú estás lejos. Vagabundo vagueo por las calles del recuerdo, persiguiendo el rastro de caracol que dejaste cicatrizado en mi. A veces caminando y, otras veces, corriendo. ¿Crees que puedo correr lo suficiente para dejarme atrás?

Dime, muñeca, ¿cuándo volverás? No te echo de menos pero tampoco de más. Permíteme otra cita, otros puntos suspensivos, otra oportunidad inflamada de esperanza. Y soñar. Concédeme el lujo de otro sueño juntos.

Sólo quiero pasear, cogidos de la mano. Sólo quiero retomar viejos romanticismos. Las poesías y los atardeceres de otoño. Los besos de cuello y los abrazos rotundos. Las miradas llenas y las promesas de un todo por cumplir.

Cariño, tú siempre y, no obstante, casi nuca, me elevas a la cima de la tragedia humana y me recuerdas la perfección. También permites que alcance la felicidad y sonría. A veces, la vida, me da la satisfacción de alcanzarte cuando me dejo atrás. Perderlo todo y encontrarte, perderlo todo y ganar más. Encontrarte al doblar cada esquina. Yo me pregunto si sigues sin creer en el amor.



viernes, 21 de octubre de 2011

Desesperación y éxito


Y, casi siempre, se encuentra solo. Así como medio olvidado, medio alejado, medio hoy dormirá en silencio. Y, mientras tanto, se pregunta cosas trascendentales sobre la existencia, pensando que así llenará el vacío de su vida. Pero no lo llena. ¿Cómo llenar el vacío? Él no lo sabe. Hace tanto tiempo que se siente incomprendido. Así como medio apagado, medio desilusionado, medio hoy no sonreirá mucho. Y, supongo, es normal que así se sienta. A veces, por la mañana, cuando el Sol brilla y, aún sin brillar, cuando tengo la sensación de que el Sol resplandece, en esos momentos me apiado de Él y, de alguna forma, quisiera ayudarle. Darle el fuerte abrazo que se merece, desde hace mucho tiempo. Escucharle atentamente, como nadie antes lo ha hecho. Estoy seguro, completamente seguro, de que tiene muchas cosas que decir. Pero ahora Él sólo es silencio.

La última vez que le vi, no hace mucho y, de alguna forma, hace tanto; la última vez me preguntó si, al igual que una persona puede sentirse sola rodeada de gente, si una persona podía sentirse rodeada de gente estando sola. No supe qué responderle. Él se fue sin esperar respuesta. A veces creo que no quiere que le responda. Sólo quiere regalarme la pregunta y, como en muchas ocasiones resulta, la vida nos demuestra que contadas preguntas suponen contadas respuestas.

Ahora mismo, osando, diría que no quiero volver a verle. Cuando le veo, algo malo sucede en mi vida. Creo que Él sólo aparece cuando, de alguna forma, estoy siendo feliz. Él aparece, se acerca a mi y mantiene una conversación trascendental sobre la vida. Terminada la conversación, pregunta algo y se aleja. Y esa pregunta pone en jaque mis esquemas. Sus preguntas desvelan la podredumbre en la que alzo, con exquisita ignorancia, los pilares de mi felicidad. Él me hizo saber, de alguna forma, que la mentira es un perchero muy débil en el que cuelgo la felicidad y, en conclusión, todo lo que construyo alrededor de esa, llamémosla, falsa idea de felicidad, no es más que una irrealidad idealizada. 

A veces me gustaría dejarme llevar, como Él hace. A veces, cuando me siento un héroe, me gustaría callar. 'A veces' que, no obstante, nunca llegan. 'A veces' que, no obstante, no sé si quiero que lleguen. 


¿Durará la felicidad que me aporta la ignorancia lo suficiente?



lunes, 17 de octubre de 2011

El amanecer de los ídolos


Decía que quería alcanzar la gloria pero rehuía los sacrificios necesarios para ello. Soñaba constantemente con un futuro idealizado, un futuro sometido al perspectivismo digno del más puro superhombre. Él era fuerte, pero sus esquemas se derrumbaban por dentro. Él era una apariencia engañosa, una mentira tomada por verdad. Y, entra la gente, a veces se sorprendía aspirando el dulce aroma de lo mortal y, de la muerte, solía decir que traía la paz consigo.

Nihilismo. La no creencia en nada. Una existencia desprovista de sentido. ¿Cómo seguir viviendo? Algunas veces se preguntaba por el sentido de la vida. Le gustaba jugar a esos juegos en los que siempre terminaba perdiendo. El sentido de la vida es que no hay sentido y, entonces ¿por qué luchar? ¿por qué seguir? ¿por qué, siquiera, intentarlo? Y el nihilismo le respondía sin responder. Y volvía el ciclo vicioso de lo agridulce, de la tragedia humana; el ciclo vicioso de creer que la vida es olvido y que nada dura lo suficiente para permanecer; el ciclo vicioso de llenar su corazón con plumas y dormir sin dormir, con sueños en los que soñaba con no ser. El ciclo vicioso, concluyo, de pensar que la vida no es más que la espera de algo que no va a llegar y, aún sabiéndolo, seguía viviendo porque, como escéptico, decía que nada se puede asegurar. Temía morir pero, más aún, temía vivir.

Y este mismo cuento se perpetua constantemente. Otro ciclo vicioso: la insistencia humana. Preguntas, respuestas y más preguntas. Moral y ética. Comprensión. Tropezar y aprender. Volver a tropezar y aprender de nuevo. Así como la corriente que nos lleva hacia delante cuando, en realidad, en nuestro interior, no hemos aprendido a avanzar. De esta forma nos vemos inmersos en una lucha que nuestras fuerzas no pueden afrontar y, derrotados, dejamos que la corriente nos conduzca, sin reclamar, sin insistir, pues sabemos que nadie puede luchar contra la ingravedad, contra lo natural, contra lo que, dependiendo de lo que seamos, no puede ser.  


jueves, 13 de octubre de 2011

El motivo existencial que justifica la necesidad trascendental de amor


No sabíamos muy bien lo que hacíamos cuando, sin querer, nos queríamos; atraídos por una fuerza superior a la nuestra, por una conexión que aún tratamos de entender, sin lograrlo. El amor, de nuevo. El amor, como siempre, tan inoportuno. El amor es la única película que puedo volver a ver miles de veces, sin cansarme. 

Estoy seguro de que todo resulta, al final, un estímulo que nos alegra la vida. Un empujón que nos ayuda a encontrar, en lo absurdo de la existencia, un ápice de algo cuando, en realidad, no hay nada. Resulta que, enamorados, tenemos la sensación de que la vida sirve al propósito de vivir para el otro, de hacer feliz al otro y de encontrar, en la persona amada, una razón para que la comedia humana siga perpetuándose. Creo que sin amor no valdría la pena vivir.

Y de aquellos que no han encontrado el amor, aquellos que han buscado el contacto más allá de algo físico sin hallarlo y, de igual forma, aquellos que desean entregarse a la profundidad de una persona pero no consiguen más que bucear en lo superficial; de aquellos maltratados hijos de las circunstancias adversas sólo tengo que decir que, el propio amor, la propia idea de la existencia de algo que consigue apaciguar la enfermedad que supone la inexistencia de respuestas trascendentales, es ya, de por sí, un motivo por el que seguir luchando. El amor es, de nuevo, la única razón que motiva el bucle cerrado de la insistencia humana, que necesita cubrir los vacíos naturales de la existencia con excusas idealizadas que permitan a los seres humanos enfrentarse a la ingravedad, a la locura, a lo realmente monstruosa que supone la vida sin un fin.