domingo, 24 de junio de 2012

La infinitud del alma


Es un extraño vértigo que te recorre todo el cuerpo. Estás vivo. Es esa sensación. Un lento hormigueo que te llena. Y te pones a llorar, tan callado. En tu habitación, que es el universo. Tu universo. Aquí te entiendes mejor.

Sólo tienes que cerrar los ojos. Hazlo, un momento. Es como una vibración. Una corriente incesante que te mueve, tan quieto. Un escalofrío. La claridad insustancial que ilumina tus ojos, aunque reine la oscuridad. Aunque el mundo se derrumbe. Aunque el que se derrumbe sea tu universo y tengas ganas de escapar.

Déjate llevar. A ninguna parte. Al infinito. Déjate llevar. Es bonito sentirse una hoja. Supongo que la palabra es libertad. Es pura magia. ¿No tienes ganas de gritar? Hace tiempo que nos calla el miedo a vivir. A sentirnos héroes derrotados en la batalla de existir. Tengo ganas de abrazarme a la esperanza de un mundo mejor. La esperanza de despertar y seguir soñando. Es como una suave caricia en el fondo del corazón. Sonríes. Todo irá a mejor. Es esa sensación.

Quisiera pintar el mundo. A las personas. El tiempo. El reloj de las arrugas. Es maravilloso estar de paso por aquí. La emoción de no saber si mañana seremos otro lugar. Quiero sentirme una hoja. Volar. Es como naufragar en un océano de sueños. No hay dolor. Eres como el viento.

Y derramas lágrimas de la emoción. Has encontrado tu lugar. Tu lugar es el mundo. Tu lugar eres tú. Nunca antes habías experimentando esa sensación. Es tan inexplicable. Tan fugaz. Dejará en el recuerdo una eterna cicatriz. Es la historia más hermosa que jamás podrás leer. Pero quisieras olvidar. Quisieras volver a nacer. 

Me han entrado ganas de mudarme a otras emociones. De encontrarme en mí, en el mundo. Es esa dulce necesidad de no morir antes de dejar de vivir. De bailar al ritmo de la respiración. De confundirme con la ingravedad. Flotar. Es sentirse como una hoja en el árbol del mundo. Es la infinitud del alma. Volvamos a cometer los mismos errores de nuestras vidas; esos fueron los mejores que pudimos cometer. 


Knock-knock-knockin' on heaven's door...



jueves, 14 de junio de 2012

El amor es bipolar


Es como cuando te enamoras y sabes que vas a sufrir. Porque sabes que el amor duele. A ti el amor siempre te ha dolido, es una afirmación empírica. Pero te enamoras. Recuerdas que eres masoquista. Y piensas que no hay más solución que aceptar la derrota. No es conformismo ni pesimismo, simplemente es un realismo agotador. No hay más. Creo que el amor es una piedra que siempre nos hará tropezar.

Y cuando reconoces que te has enamorado, toca sobrevivir. Sobrevivir a la tentación de suicidar tus esperanzas. Sobrevivir a la incomprensión que la gente muestra hacia tus sentimientos. Y, sobretodo, sobrevivir al miedo. Siempre el miedo. El miedo a que te hagan daño. El miedo a quedarte solo. Creo que la soledad es la pesadilla que todos soñamos despiertos.

Suelo decir que estar enamorado es como naufragar por un inmenso océano que se expande hasta donde alcanza nuestra capacidad de sufrir sin rompernos. Sufrir sin dejar de ser humanos. Y creo que la capacidad de sufrir es infinita. Así que sufres sin mayor consolación que la de rescatarte en un pasado más feliz, cuando sonreías más a menudo. Ese pasado es nuestro medio de navegar. Nuestro medio para no ahogarnos.

Y, sinceramente, llegados a este punto, os diré que muchas veces me entristece considerar la existencia de ese pasado cargado de cierta esperanza. La esperanza es, precisamente, esperanza. Y cuando estás a punto de ceder y saltar hacia el abismo de perderte, la esperanza surge como un salvavidas. Y te mantienes vivo y al mismo tiempo tan muerto. La esperanza retrasa la enfermedad, pero también la cura. Y comprendes que estás atascado en el libro de la vida. Atascado en un capítulo que ya has leído muchas veces, pero que nunca cesas de releer. Otra vez. Y otra. Y otra. Porque piensas que quizá lo hayas entendido mal. Ya sabéis, la esperanza y mi teoría de que el amor es una piedra con la que nos va a tocar tropezar durante mucho tiempo. Así que vuelves a releer ese capítulo de tu vida deseando que esa sea la última vez que tengas que hacerlo.

No sé. Es esa sensación la que me nace cuando pienso en el amor. No en el amor en general, sino en el amor que yo he experimentado. Bueno, quizá no pueda llamarle amor a eso. Aunque supongo que a falta de pan buenas son tortas. Y, sincerándome, me canso de todo, pero no me canso de nada. Es la paradoja de mi vida. La insistencia que me lleva a volver a ilusionarme. A enamorarme. A sufrir. Ese es el capítulo de mi vida que he leído mil veces, pero que siempre volveré a releer. Llámalo masoquismo. Llámalo esperanza. Y sobre la solución. ¿Qué solución? Las variables de la ecuación de mi vida indican que no hay más solución que aceptar la derrota. No es conformismo ni pesimismo, simplemente es un realismo agotador. 

Quería compartir con vosotros esta, llamémosla, perspectiva de algo tan misterioso como es el amor. Algo tan profundamente complejo y sencillo; tan oscuro y tan luminoso; tan capacitado para hacernos sufrir y, a su vez, tan capacitado para hacernos dichosos. Sin duda, el amor es bipolar.


Dedicado a Jota, por aguantarme.



lunes, 4 de junio de 2012

Una crisis de naturaleza existencial


Tengo 18 años, unos cuantos meses, unos cuantos días y unas cuantas horas. Y sus respectivos cientos de sueños e ilusiones que esperan, tan vibrantes, ser realizados. Soy un palpitar severo y constante de todo aquello que quiero ser, y no soy. No soy por las condiciones y las contradicciones. Ojalá en esta vida pudiésemos ser aquello que somos. Digo, aquello que somos en nuestros sueños, en aquel lugar que no es sino cuando dormimos; o, por otra parte, en aquel lugar que pensamos, donde existimos sin existir como existimos.

He tenido unas duras crisis existenciales estos últimos días. Crisis que vienen con esas preguntas que te posicionan en el borde de un precipicio, un precipicio al que no puedes saltar, un precipicio que sólo puedes contemplar. Contemplar el abismo y sentir el vértigo. Y sentirte vivo. Es como una tortura. 

Me levanto sin saber muy bien qué hacer, quién soy o quién quiero ser. Siempre desayuno una crisis de identidad. Y esa sensación de incomodidad hacia una identidad tan levemente caracterizada se prolonga durante todo el día. Así que todo el día soy un par de incógnitas que no pueden ser despejadas. Un mar de heridas que no son tratadas. Ojalá llegasen un par de respuestas para saciar el apetito de vivir, porque ahora mismo no vivo, desvivo en una vida que naufraga. Quizá sea mucho lo que pido.

Y respecto al amor, del que siempre he creído que es la respuesta, creo que en mi vida sólo me ha llegado de forma fragmentada. Como un aperitivo. Como el entrante de algo que no termina de entrar. Como la dosis de algo que no consigue generar en ti ningún juicio crítico. Y es siempre ese constante dubitar. El masoquismo de creer en algo que nunca has experimentado, pero supongo que todo es cuestión de fe. Cuestión de esperanza.

Y esta es mi vida. Un ser o/y no ser. Un ir y venir, sin saber muy bien qué hacer o a qué atenerse. Y a veces me derrumbo, y otras me alzo entre ciertos aires de victoria. Pero nada dura, ni las ruinas ni los cimientos. Y quizá eso sea lo peor, que soy un indispuesto presente. Un culo de mal asiento en la silla del mundo. Una crisis de naturaleza existencial.