miércoles, 25 de julio de 2012

Infierno congelado


Quiero gritar, pero no puedo. O quizás no quiero. Me voy a atragantar, de todas formas, con todo aquello que nunca he dicho. Sea por miedo. Quizás por falta de ganas. Hace demasiado tiempo que no me entiendo, y tampoco me importa. Hace tiempo que perdí las ilusiones por el camino y no me volví a recogerlas. Es tarde para arrepentirse, pero no para recordar. Y, ahora, en esta noche, recuerdo. Recuerdo tiempos mejores, tiempos distantes y asonantes de silencio. Todo era distinto. Nosotros éramos distintos. He llovido mucho desde entonces.

Y, pese a todo el tiempo que nos ha pasado por encima, como que me siento el mismo. Tan cambiado sí, pero tan parecido. Y creo que eso es malo, porque he corrido mucho, pero no he avanzado nada. Y estoy cansado, pero aún me quedan intactas las fuerzas. Pobre insomne de mí. Hace demasiado tiempo que no duermo conmigo. 

Ha llegado ese momento. Cierro los ojos. ¡Qué miedo! Me noto en el borde de un precipicio y tengo el impulso de deslizarme por él. Debe de ser maravilloso volar hacia el abismo. Dejarse llevar por la ciega ingravedad de aquello que se perderá en cualquier instante. Tan deprimido y constante. Tan yo, como de costumbre. 

Ojalá pudiera escapar de estas ganas. Tengo la necesidad de vivir demasiado, pero no los recursos necesarios para hacerlo. Y es esa horrible sensación de estar colapsándome en un sueño. Y lo que en un principio parecía maravilloso resulta estar convirtiéndose en un frío infierno. Frío de soledad, de indiferencia. Frío de que, con toda seguridad, mañana seré los mismos días grises de siempre. A punto de llover, pero conteniéndome. No quiero preocupar más de lo debido.

Y, por otra parte, ajeno a todo el bullicio, a veces me digo que no estoy solo, y no para intentar calmarme, sino para mentalizarme de que aquí todos somos víctimas de nuestros propios monstruos. De que cada uno vive en su infierno congelado. Y, pensando en ello, sonrío. Siento pena por nosotros y, contradictoriamente, me enorgullece comprobar lo valientes que somos. O, quizá, lo orgullosos que nos hemos vuelto.

Alguien debería poder responder a la pregunta en la que me estoy convirtiendo. Alguien que, desgraciadamente, vive ausente de todo, de mí. Y esa es otra de las necesidades que tengo: la de encontrarme en una persona. La de terminar mi historia con un "Y vivieron felices y comieron perdices". Ellos. Ellos vivieron y comieron, y no yo. Yo, solo, no puedo ir demasiado lejos. Se me cansan las insistencias demasiado rápido.

Por suerte, aún me quedan esperanzas. Aquí, conmigo. Es lo único que tengo para no perderme. Para seguir respirando sin hiperventilar. Y así vivo desde entonces. Desde siempre. O, quizás, desvivo. No lo sé. Nunca me enseñaron a vivir mejor. 



Quiero gritar, y sé que algún día podré hacerlo.



jueves, 19 de julio de 2012

Mi metamorfosis




Es éste caparazón, que oprime, como un manto que derrumba los cimientos de la posibilidad. Y mis sueños, se derriten, así como si nunca pudiese soñar. Y mis ojos, como apagados, así como si hubiesen perdido la razón que, he de suponer, algún día tuvieron. 


Vivo en la inopia de correr hacia una pared que me cierra. No me quedan más que las palabras, con las que vuelo. Las palabras, que me curan. Sin ellas, qué miedo, de pensarlo, quizás sería un cuenco vacío. Y es ese temor, el de estar convirtiéndome en un conformista de las horas bajas. No, no quiero ser feliz en la antesala de mi funeral. Quiero escapar de aquí, cuanto antes, ya llego tarde a la libertad que me he ganado. Pero, razono, no es fácil. No es fácil vivir, por desgracia. Y no vivir de seguir respirando, sino vivir de decir "No quiero morir, no todavía". Así que, naveguemos, un rato, por estas líneas. Voy a dejarme llevar hasta donde empiecen a cansarme los acentos y termine, con un punto y final, este delirio.


No quisieras tú, acompañarme, por estos sitios tan distintos y distantes, que ni recuerdo ni creo haber conocido, pero que quiero explorar hasta ser parte de ellos. Y, creo quizá, que ese es otro de mis mayores auxilios, aparte de escapar, el hecho de que tú vengas conmigo. Y perdernos en nosotros, en el mundo que creemos. Perdernos en el tiempo, al que nunca llegaremos tarde. Escapar, suena tan divino. Quizá la posibilidad de ser dioses de nuestro propio destino. Suena demasiado a un ojalá de humo. 


Y, mientras tanto, aquí parado, caminando a dedos por los temores y deseos que me nacen en la cima de mi humanidad, quiero escalar la etapa de mi vida en la que soy sólo desear cosas que nunca llegan. Quiero llegar al presente de mirarme al espejo y decir "Vaya, te envidio" y luego sonreír diciendo "Somos el mismo". 


Y, mientras tanto, la verdad es que me muero. Y no morir de "Mi vida se está consumiendo", pues de ese morir todos somos partícipes, sino un morir de "Mi vida no me está convenciendo". Podría suicidarme de todos esos miedos, pero creo que forman parte de mí, igual o tanto como mis sueños. Así que he de vivir a tientas, sin la intención de encender la luz y ver a los monstruos. 


Sólo sé que quiero escaparme de este pasado. De este presente que tan en cuenta tiene lo que he sido. Quiero escaparme de mí, de todo lo que he vivido, y quiero que mi recuerdo sea únicamente la suma de esas cicatrices que me han quedado; de todas esas batallas que he perdido. O, de aprender de ellas, quizás ganado.


Pero mañana seré los mismos errores. Las mismas coordenadas de un mapa en el que no sé encontrarme. Me he perdido. Y, tan olvidado, es complicado llegar allá a donde no llega ningún camino. Necesito algo de tiempo, algo de distancia. Algo de encontrar dentro de mí las provisiones para tan ardua y dificultosa campaña. Respiro hondo. 


Mi metamorfosis comienza en este mismo instante.  


lunes, 16 de julio de 2012

Manifiesto sobre la incomprensible naturaleza humana, la soledad, el amor y el egoísmo



Esta es mi historia, aunque no me siento protagonista de ella. Vivo ausente. Soy espectador del espectáculo en el que se ha convertido mi vida. Lo veo todo como desde la distancia. Distorsionado. Creo que necesito ir al oculista, a ver si arregla el abismo en el que me estoy convirtiendo. 


Todo empieza aquí. Ahora mismo. Y también termina aquí. Ahora mismo. Siempre he sido este preciso instante. Y resulta que han llovido muchos precisos instantes desde que empecé a pensar que el mundo no era un lugar para mí. Estas cosas pasan, supongo. A veces hay personas que no encajan, y así es como me siento: como una pieza que no termina de encajar en un puzzle.

Y ya no tengo ganas de comprenderme; de comprenderlo. He perdido la necesidad y las ganas de entenderme; de entenderlo. Y, sin pesimismos, he preferido dejarme llevar por el tiempo, que dicen que todo lo cura. Puede que el tiempo sea el mejor oculista que pueda encontrarme.

Y sobre las personas a las que he tenido el gusto (o el disgusto) de conocer durante estos años, sólo tengo que decir que no las entiendo. No las entiendo porque ni siquiera ellas se entienden. Pero, llegado a este punto, debería comentar que para mí no entenderse no es sinónimo de torpeza o fallo, sino sinónimo de humanidad. Las personas son, por naturaleza, incomprensibles. Demasiado complejas. Una complejidad que supera la capacidad de la propia razón, lógica o capacidad de comprensión humana. Así que, desde hoy, voy a dejar de intentar conocer a las personas, de las que nada puede saberse, y voy a vivir entre y con desconocidos, a los que al menos, de ser considerados como tales, se les hace un poco de justicia. 

Mi idea sobre la incapacidad de conocer a las personas es, terriblemente, consecuente de mi idea de que la soledad forma parte de nosotros, tanto así como lo forman otras cualidades humanas como el pensar. Y, llegados a este otro punto, debería comentar que para mí la soledad no es mala, sino demasiado exhaustiva. La soledad goza de una infinitud que agota. Agota, simplemente, porque de ella no podemos extraer nada en claro. Si es en soledad cuando el ser humano es capaz de concluir las mejores opiniones sobre la existencia, éstas opiniones quedan en nada cuando uno comprende que (reafirmando la idea expuesta anteriormente) nadie puede conocerse a sí mismo, al menos totalmente. Y ese porcentaje que se nos escapa de la totalidad es suficiente para deslocalizarnos. Y es en esa deslocalización donde el ser humano se pierde. 

Llegamos a un punto importantísimo de la lectura. El hecho de que el ser humano tienda naturalmente a perderse condiciona, a su vez, el hecho de que el ser humano tienda naturalmente a buscarse. Y dónde se buscaría intuitivamente sino en otras personas, creyendo que quizá en alguna de aquellas pudiese aprender a encontrarse. Pero aquí se comete el error de confiar en las personas. Confiar en que ellas se comprendan, al menos, más que nosotros. Pero nadie se comprende lo suficiente. Nadie se encuentra totalmente. 

Llegamos a otro punto importantísimo de la lectura. Después de intentar encontrarnos sin lograrlo, intuitivamente, llegamos a concluir que todos vagamos perdidos, y que todos tenemos esa necesidad natural de encontrarnos en alguna parte, de alguna forma, como sea y donde sea. Queremos dejar de ignorarnos, porque la ignorancia sobre nosotros mismos es enfermiza y aterradora. Es en ese momento en el que entendemos que, sobre esa incapacidad de completar nuestro conocimiento de nuestra propia naturaleza; así como sobre esa incapacidad de aprender observando e interactuando con otras personas; entendemos que, de existir una solución, no es otra que aquella en la que dos existencias incomprendidas se juntan, intentando lograr en el acto, al menos, una existencia que goce de cierta comprensión. Y a esto le solemos llamar amor. En el amor ya no intentamos, a través de otra persona, comprendernos a nosotros mismos, sino que lo que intentamos es generar un acuerdo mutuo de necesidades y saciar mutuamente una carencia que se comparte por naturaleza. El amor es una necesidad puramente existencial. Tendemos a amar. Amar a familiares, a amigos; a todas aquellas personas a las que consideramos capacitadas para que nos ayuden en la titánica cruzada en busca de la comprensión de nosotros mismos.

Y es la naturaleza del amor la que me lleva a decir que éste es egoísta, dado que surge de una necesidad que busca un interés propio. Aunque de éste egoísmo surge, además, un grandioso acto empático, puesto que en el amor son varias personas las que se ven beneficiadas. Podríamos concluir pues que el egoísmo forma parte de la naturaleza humana. Así como la incomprensión y la soledad. Y que el amor es un acto de naturaleza bipolar.

Expuesta ya mi teoría sobre el amor y la naturaleza humana; confieso que no considero haber amado a las personas que, a mi parecer, pudiesen llevarme a agilizar la ingravedad que siente uno es este universo tan, tan infinito. Tan maravillosamente monstruoso. Todo lo contrario, juraría que he amado a personas que estaban demasiado perdidas. Que ignoraban, muy probablemente, estarlo. Y es cierto aquello que dicen de que si uno no es consciente del problema, poco puede hacer para remediarlo. Aunque creo que el problema aquí reside más bien en mí, y no en ellos. El problema es que busco a personas que hayan logrado alcanzar una visión tan clara de la situación como la que yo tengo; si es que puedo permitirme el lujo de juzgarla como clara. Y amarlas a ellas. Amarlas desesperadamente porque hace muchos precisos instantes que me encuentro solo. 

Y esa es mi historia, aunque no me siento protagonista de ella. Vivo ausente. Soy espectador del espectáculo en el que se ha convertido mi vida. Lo veo todo como desde la distancia. Distorsionado. 

Ojalá llegase el día en el que pudiese desprenderme de esperarte, y fuese un "Ya te he encontrado". Sin saber quién coño eres o dónde coño estás. Sin saber quién coño soy yo mismo o dónde coño estoy en este instante. La vida me parece tan...