miércoles, 12 de diciembre de 2012

Naufragio


Mira, estoy llorando otra vez. Me han dicho que todo lo que luchamos no sirvió de mucho. En realidad, dicen que no sirvió de nada. Y cómo explicarte, cariño, que ya estoy cansado de jugar a un juego en el que siempre termino perdiendo. Cómo explicarte que me pesan demasiado todos los errores que he cometido. Todas las decisiones que nunca tomé, por miedo a equivocarme.

También me han dicho que Él ya no es lo que era, que apostó contra la vida y perdió. Y volvió a apostar de nuevo, y volvió a perder. Y luego fue arrastrándose por los bares, bebiendo respuestas de los cubatas. Y que al final eran los cubatas los que bebían de Él.

¿Cómo hemos llegado hasta este punto? Me da miedo abrir los ojos y ver que la única realidad que me queda es una bastante puta. Una realidad que araña la esperanza. Y, hablando de la esperanza, creo que ya me ha abandonado. La vi la otra noche liándose con otro. Ya no creo que vuelva. Al menos, no por ahora. La verdad es que, si volviese, no haría juego con la crisis con la que estoy saliendo. La esperanza le sobra a este abismo en el que me he convertido.

Mi vida tiene frío. Joder. Yo no merecía nada de esto. Y lo peor de todo es que no encuentro respuestas por ningún sitio. No me queda más que resignarme a que el tiempo pase rápido y lo cure todo, pero va a doler demasiado. Va a doler tanto que estoy pensando darme de alta en alcohólicos anonimos porque, a este paso, me va a entender más la botella que yo mismo.

Por cierto, Ella también lo está pasando mal, me lo dicen sus ojeras; ya no duerme demasiado. A veces tengo ganas de abrazarla, como si hacerlo fuese a solucionar algo. Ahora mismo los abrazos sólo maquillarían un poco las imperfecciones de este mundo. Este mundo injusto, hijo de puta y cabrón. Este mundo que nos viola cuando quiere. Este mundo que marea de lo rápido que gira. ¡Qué se pare, yo me bajo! Pero no para, sigue girando, siendo vil espectador de la tragedia que protagonizo en el teatro de los sueños rotos.

Y, nada más, necesitaba contarle a alguien que lleva mucho tiempo lloviendo en mi vida. Y como sé que a ti te gusta entenderme, he decidido escribirte. Sé que es un poco egoísta, pero no me quedan muchas salidas, espero que lo entiendas. Espero que me entiendas. Espero que la próxima vez que nos veamos me des un fuerte abrazo y me digas al oído, muy bajito, todo lo bajito que puedas, que todo saldrá bien. Aunque sea mentira. Yo cerraré los ojos y haré como que te creo, porque lo necesito. Porque la verdad me asusta demasiado. Bueno, cariño, te dejo; llaman a la puerta, a lo mejor es la esperanza.

martes, 11 de diciembre de 2012

Recordando


Solía decirte lo mucho que te quería cuando iba borracho, sino no me atrevía. Solía pensar que la vacuna contra el orgullo era el alcohol. Solía. Nuestra historia está llena de muchas cosas que ya no hago; que ya no hacemos. No hacemos porque ya no somos. La verdad es que hacemos un bonito pasado. Somos una digna cicatriz para enmarcar en la sala de estar del paso del tiempo. 

Admitiré que las cosas no salieron bien entre nosotros. Aunque, puedo jurarte, lo intenté con todas mis fuerzas. Bueno, sino con todas mis fuerzas, con todas mis ganas. Y, la verdad, no sé dónde se jodió la cosa. Dónde no fue suficiente todo lo que intentamos para sobrevivir al olvido. Supongo que no estábamos hechos el uno para el otro. Supongo que sólo servíamos para ser un desviación en la autopista de la vida. Ay, cariño, si supieras lo mucho que deseaba que fueras esa persona a la que llevaba buscando tanto tiempo. Esa persona a la que he seguido buscando después de que te fueras, de que me fuera, de que nos fuéramos todos. Y es que últimamente no me ha ido muy bien en el amor. La verdad, no me ha ido muy bien en casi nada. Ya sabes que tengo cierta tendencia a las desgracias. Y, nada, solamente pasaba por aquí y me apetecía recordar viejas malas costumbres. Malas manías. Viejos insomnios estrechamente relacionados con largas conversaciones por WhatsApp. Fíjate, hemos sobrevivido a muchas cosas. ¿Tú todo bien? 


lunes, 10 de diciembre de 2012

Estrellas


Era ya entrada la noche de un día de verano, las estrellas brillaban en el cielo como pocas veces lo habían hecho. Yo estaba algo nervioso, tú estabas algo increíble. Qué digo, demasiado increíble. Sonreías de vez en cuando y me drogabas, yo ya iba borracho. Estábamos tumbados perdiéndonos en algún rincón del infinito, sin saber muy bien qué decir, intentando buscar las palabras que fuesen a juego con aquella extraña noche. Yo busqué tu mano, a ciegas, con cierto vértigo entre los dedos, y la abracé muy fuerte, como queriendo decirte que te quería. No, no te quería, te amaba. Te amaba de alguna inexplicable forma; con una incontenible pasión que, de recordarlo, aún quema.

Y, de repente, algo sumamente mágico: tu manó aferró fuertemente la mía, como si te hubieses encontrado en ella, después de vagar perdida. Y, de repente, otra cosa sumamente mágica: nos miramos. Y, tan quietos, mantuvimos durante unos segundos aquella mirada. ¿Qué me decías? No lo sé muy bien, pero tus ojos me hablaban. Creo que hablaban de lo nerviosa que estabas y de que, para ti, aquella también era una noche para guardar en el álbum de fotos de los buenos momentos. 

Se me hizo la eternidad en aquel instante. "¡Qué se pare el mundo!", gritaba en silencio. Debiste oírlo, porque sonreíste, como si tú hubieses pensado lo mismo. Y, luego, no sé cómo sucedió, se apagaron nuestros ojos y empezamos a hablar a besos, que es el mejor idioma del mundo. Hablábamos de cosas superficiales, como del tiempo; de cosas sin importancia, como el resto del mundo. Y, poco a poco, hablamos de no hablar demasiado, de dejarnos llevar y de viajar sin movernos. De mi mano enredada en tu pelo; de tu mano en mi cintura. Del latir precipitado de dos corazones que tienen prisa por enamorarse. De cosas que aún, si me doy cuenta, no entiendo. Y supongo que no necesito entenderlo todo. Supongo que, simplemente, sólo necesito recordarlo. 


domingo, 9 de diciembre de 2012

Domingo

Lo siento, sé que te he defraudado, que no cumplí tus expectativas. Lo sé, no me mires así, sé que no soy gran cosa. Sé que soy una causa perdida, desde hace tiempo. Quién sabe, quizá lo he sido desde siempre. Pero, cariño, ¿qué puedo hacer? Qué, si la primera persona a la que he defraudado a sido a mí misma. Si ya no tengo fuerzas para hacer las cosas bien. Si me he perdido en mí y no sé salir. Todo es demasiado complicado, cariño, espero que puedas entenderlo, aunque sea un poco.

No vuelvas a llamar a mi puerta, déjame solo, no quisiera contagiarte el virus de la soledad. De la incomprensión. De llorar por las noches, cuando nadie me ve, que es cuando realmente puedo ser yo mismo. Me pesa demasiado todo aquello que nunca pude ser por culpa de las jodidas circunstancias. Espero curarme pronto, estoy en proceso de desintoxicación de todos aquellos miedos que me ciegan. Cuando tenga suficientes fuerzas para mirarte a los ojos, te enviaré un WhatsApp. Tú no te canses de esperar. Yo no lo hago.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Esguince


Y, cuando ya no pudo más, tiró la toalla. Había pensando en venderla, pero no le hubiesen dado mucho por sus esperanzas, ya rotas. Y me preguntó: "¿Ahora qué?". ¿Qué de qué, cariño? Si yo no sé nada de la vida. Nada del mundo. Lo único que sé es que últimamente todo duele demasiado. También sé que no nos merecemos esto pero, ¿es la vida justa? Yo creo que no. 

Y le resbaló una lágrima por la mejilla. Nunca había experimentado un dolor tan intenso. "No llores", le dije. Pero la verdad es que tenía motivos para hacerlo, y eso era lo peor, pero no me gustaba verla derrumbarse. No me gustaba ver como la vida la trataba mal, después de todo lo que había luchado. Después de todas las veces que había tropezado con la misma piedra y se había levantado con la esperanza de que todo sirviese para algo. Pero, al parecer, nada de aquello sirvió. No, al menos, lo suficiente.

Así que, cariño, sólo nos queda sobrevivir. Intentarlo, con eso me conformo. Vivir a tientas, sin saber cuándo va a doler de nuevo. Vivir con la incertidumbre de no saber si tomamos las decisiones tan precipitadamente que tomamos las erróneas. Yo, la verdad, no sé nada de decisiones, amor. He perdido la esperanza en la razón, no creo que nos sirva ya de mucho.

Voy a desesperarme un poco más, a ver si me acaban estas ganas de terminar con todo. De mandarlo todo a la mierda y empezar de nuevo. O no empezar. Quedarme anclado en el comienzo, sentado, viendo la vida pasar. Después de todo, como ya has comprobado, no nos ha servido de mucho caminar. Estamos tan perdidos...

jueves, 6 de diciembre de 2012

Instante


La miraba con cierta resignación en los ojos, como si fuese a desaparecer en cualquier instante. A veces, no podía reprimir sonreír. En aquel momento no pensaba en ello, pero seguro que debía parecer un imbécil. Un imbécil enamorado. Y cuán enamorado estaba. Enamorado de aquella chica de ojos verdes que le había dado un poco de sentido a los días del calendario. Enamorado de la película que me había montado yo mismo, en la que ella y yo, nosotros, teníamos un futuro juntos. Un futuro feliz, de esos que sólo existen en las comedias románticas.

No me creeréis, pero el tiempo se detenía cuando estaba con ella. Y mis pulsaciones se aceleraban. Era mucho más consciente del mundo que me rodeaba, aunque sólo le prestase atención a ella. A la forma que tenía de sonrojarse cuando la miraba fijamente. O al modo en que sonreía, tímida. ¡Cómo si no tuviese la sonrisa más bonita del mundo!

Hubiese creído en Dios en aquel mismo momento para pedirle que nos hiciese eternos allí mismo. Pero, siempre he dicho, la perfección sólo existe en las cosas que se consumen.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Una tarde en el parque


Ayer fue un día especial. Hacía frío y, cuando abrí la puerta de mi casa dispuesto a salir a la calle, había un montón de hojas secas deseándome que pasara una buena tarde. Me dediqué a pisarlas durante unos segundos, es uno de esos pequeños placeres de la vida. Y me fui. Me esperaba en el banco de siempre, de aquel parque en el que parecía que el tiempo se detenía. Llevaba un abrigo marrón, a juego con el paisaje y con sus ojos. Y, nada más verme, me dedicó una sonrisa. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Esa sonrisa... joder, ojalá hubiese podido hacerle una fotografía a ese momento, aunque supongo que todo es más bonito cuando pasa así: sin avisar, sin prepararlo.

Me siento a su lado y le pregunto qué tal le va la vida. Ella no lo sabe, pero yo ya me he perdido en su mirada. Apenas puedo prestarle atención a lo que dice. Apenas puedo prestarme atención a mí. Sólo existen los pocos centímetros que nos separan. Es como estar bajo los efectos de alguna droga. 

Y entonces me pregunta que qué tal me va la vida. Y, por un momento, pienso responderle que, sin ella, no va demasiado bien, claro que no lo digo. ¡Por favor, tengo un orgullo que alimentar! Le digo que va como siempre, la verdad es que hace tiempo que dejé de decir que mi vida iba bien, me cansé de mentir. Y, nada, seguimos hablando hasta que nos entra hambre. A ella le apetece un café; a mí uno de sus besos.

Mientras ella se queda en el banco, dejando que el sol acaricie toda su belleza, yo me acerco a un puestecito  de comida que hay cerca:

—Dos cafés, por favor. 
—¿Solos? 
—Puede, pero la verdad es que sólo quiero estar con ella.
—No, me refería a que cómo quiere los cafés.
—Ah, disculpe, los dos con leche.
—¿Y querrá algo para comer?
—¿La tienen a ella? para llevar a mi cama.
—(Ríe) Está usted enamorado, ¿verdad?
—Sí, discúlpeme otra vez, es el otoño, que me vuelve un romántico. 
—Entonces, ¿para comer?
—Dos donuts de chocolate, por favor.

Y vuelvo al banco, a sentarme a su lado, parece que hayan pasado varios milenios desde que no estoy junto a ella, pero ni siquiera han pasado 10 minutos. Le ofrezco el café y un dónut, sin saber ella que también le estoy ofreciendo un poco de mi vida, de mi tiempo; ahora suyo. 

Hablamos de cosas que no vienen a cuento; de cosas absurdas. Cosas como, por ejemplo, cuál es la canción perfecta para el otoño. Ella dice que "High And Dry" de Radiohead; yo digo que "Yellow" de Coldplay. Y así se nos pasa la tarde, hablando de todo y sin decirnos nada, porque yo realmente quiero saber si quiere ser parte de mi futuro; parte de mi rutina diaria. Claro que, no se lo pregunto, por favor, entendedme, no quiero asustarla, ¿y si la pierdo? No quiero asustarme.

Y, en algún momento, se nos hace tarde y tenemos que irnos. Aunque el tiempo ha pasado lento, ha pasado. Ya podría detenerse un poco, pero el tiempo es un hijo de puta que no cree en el amor. Así que nos levantamos. Yo la acompaño a su casa, y de camino paseamos por las calles de la ciudad que, a su lado, son más preciosas que nunca; más absorventes. Y llegamos a su puerta. Nos detenemos. Sonreímos por un instante al mirarnos a los ojos. ¿Habrá ella leído en mi mirada que quiero que se quedé conmigo para siempre?

De repente se acerca, poco a poco. Empiezo a sentir vértigo, a verlo todo negro. Se acerca un poco más. Sigue sonriendo  Un poco más. Un poco más. Y, de repente, noto sus labios rozando los míos. Cierro los ojos y me dejo llevar. Aún tengo las manos en los bolsillos, debo de parecer un imbécil. Las saco y las coloco: una en su espalda, acercándola más a mí; otra al rededor de su cuello, deseándola más hacia mis labios. 

Y luego, me doy cuenta: estoy fantaseando. Llegamos a su puerta. Nos detenemos. Sonreímos por un instante al mirarnos a los ojos. Y nos abrazamos. No es un abrazo largo, quizá ni siquiera cálido. Yo estoy demasiado pendiente en no hacerle saber que la quiero demasiado. Ella, bueno, no sé de qué estará pendiente ella. Y nos separamos. Sonreímos una última vez. Decimos de volver a vernos pronto, y yo espero que ese "pronto" sea ahora mismo. Que el tiempo pase rápido hasta volver a verla, sentada en ese banco, esperándome, y que luego sonría al verme. Y tomar café y donuts juntos. Y querer pasar la vida a su lado. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Eduardo


Eduardo nació un día de 1993 que no pasará a la historia por ser el más caluroso ni el más frío del año. Como todas las personas, no recuerda prácticamente nada del día en el que nació, pero podemos suponer que por entonces era feliz. 

¿Su primer recuerdo? No lo recuerda exactamente. Tengo la sensación de que los recuerdos de la infancia están desorganizados, como si alguien hubiese cogido un montón de fotografías y las hubiese desperdigado por el suelo, sin poder saber cuál de ellas es anterior o posterior. Pero, si le apremio a recordar, dice que su primer recuerdo es un hospital. Por entonces ya tendría 4 o 5 años. Un hospital al que su madre le llevaba para que asistiese a unas revisiones periódicas que, desde su nacimiento, había acostumbrado a hacer. ¡Un momento!, se me olvidaba algo, mi amigo nació con una parálisis facial, dato excesivamente relativo en el desarrollo de esta historia; de su vida.

La parálisis facial que sufría mi amigo Eduardo afectaba a la parte izquierda de su cara, aunque sólo se apreciaba significativamente en la boca. Esa boca. Una boca (y usaré el término que solían utilizar los compañeros de Eduardo para referirse a ella) torcida. No era una boca normal, desde luego, teniendo por normal una boca que nos sufriese ninguna degeneración del nervio.

Y, después de ese primer recuerdo, me dijo que no tenía muchos más de su infancia. Me dijo que, posiblemente, no haya merecido la pena recordarlos. Si que me contó cómo fueron sus primeros años en el colegio. Me dijo que era un niño muy sociable y alegre; un niño gracioso. Aunque también me dijo que no sabía si lo consideraban gracioso por su forma de ser o si lo hacían por cómo era, es decir, por su pequeña circunstancia particular.

También me contó que, algunas veces, antes de ir a la escuela, se encerraba en el baño y se miraba detenidamente es un espejo que había detrás de la puerta. Se miraba buscándose la mirada en el reflejo; buscando respuestas. Buscando, quizá, razones. No llegaban respuestas; ni mucho menos razones. Me dijo que solía llorar a menudo. 

Algunos alumnos de su escuela, algo mayores que él, le solían llamar "Zombie". Imaginad cómo debería sentirse Eduardo, tan sólo tenía 5 o 6 años por entonces. Zombie... Me dan ganas de llorar, aunque ya no sirva de nada.

Y luego creció, con el tiempo, y maduró con un poco de prisa, porque, según me dijo, el mundo le había empezado a doler demasiado pronto. Necesitaba leer rápido algunos capítulos de su infancia y cicatrizar las heridas. Ahora, muchos años después de aquello, mirando el pasado con perspectiva, dice que no debió permitir que aquella situación le afectase tanto. Y con "aquella situación" me refiero a las burlas, a las inseguridades o al rechazo que sentía por sí mismo. Los niños pueden llegar a ser muy crueles y, además, demasiado ingenuos. No es una buena combinación.

Cuando terminó los estudios en Primaria, le tocó vivir una adolescencia demasiado fuera de lugar. Fue en aquella etapa de la vida de todo ser humano en la que experimentó, por primera vez, la necesidad de encontrar a alguna persona especial en su vida. Alguien que pudiese completarle. Bueno, en realidad, lo que sentía no era tan claro ni, mucho menos, tan profundo. Pero fue entonces cuando el amor llamó timidamente a su puerta y él decidió dejarlo entrar. 

Pero, por desgracia, ¿quién iba a quererle a él, a alguien con una parálisis facial? Si anteriormente he dicho que los niños pueden ser crueles; los adolescentes también pueden serlo. Y mucho. Al parecer, el guionista de la vida de Eduardo no sabía escribir escenas con finales felices; ni siquiera buenos comienzos. 

Terminó perdiendo la esperanza en las personas. Y, el amor, que dormía en su cama casi todos los días, termino pareciéndole una compañía no apta para su vida; para su estabilidad emocional. El amor, vaya, la verdad es que puede llegar a ser muy hijo de puta. Así que, aunque no pudo echarlo de su casa, dejó de dirigirle la palabra.

Y, volviendo a su parálisis facial, con los años fue mitigando el impacto visual de esta. Es decir, con el tiempo Eduardo ya no parecía que tuviese media boca paralizada, sino que, simplemente, tuviese una forma un tanto rara de bocalizar. Bueno, o al menos esa es la conclusión a la que llegaba cuando se miraba en el espejo a encontrar respuestas o razones.

Ya han pasado algunos años. Eduardo sobrevive como puede; sin saber muy bien qué es la vida. Quizá os alegre saber que ha tenido algunas relaciones, pero nada destacable. Aunque la parálisis facial ya no condicione su vida tanto como lo hacía en sus primeros años, sin duda, la parálisis facial ha condicionado su estilo de vida; su perspectiva del mundo, tan pesimista y desesperanzada. 

Llegó demasiado tarde a la felicidad, por desgracia. Y se quedó en la estación, anclado en un bucle de no saber exactamente cuál sería el siguiente paso que daría. Sin saber exactamente cuándo pasaría el próximo tren. Pero, en fin, hace tiempo que perdió las prisas. Hace tiempo que la esperanza le abandona de vez en cuando y le pone los cuernos. Se ha acostumbrado a las horas bajas, ya nada le importa lo suficiente. Aunque, me dice, no se siente como una causa perdida. Me dice que siente que, en él, hay algo increíblemente hermoso. Y la verdad es que tiene algo, tras esa mirada seria y esos ojos verdes. Tiene algo que te hace sonreír. Es una sensación extraña. Puede que me esté enamorando.